Reflexiones

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El fracaso de «LA CRIDA de Puigdemont» está cantado, y el referéndum de autodeterminación no será la solución.
Efectivamente, la aspiración de la independencia para Cataluña es legítima, pero debe defenderse dentro de los cauces legales y las reglas de juego establecidos para todos en democracia.
Es conocido por todo el mundo que nuestro marco legal vigente no permite que una Comunidad Autónoma decida unilateralmente si continua formando parte de España. La soberanía nacional reside en el conjunto del pueblo español, y no hay competencia para realizar un referéndum de autodeterminación o de independencia.
Pero a parte de esa consideración, que en si misma ya invalida ese camino unilateral y deja claro que se requeriría una modificación previa de la Constitución para poder llevar a cabo ese referéndum, existe otra razón que, en mi caso y como catalán que soy, me posiciona en contra de un referéndum de independencia: no se puede afirmar que votar esa aspiración legítima es imposible porque llevamos 40 años votando en España y siempre se han podido votar todas las opciones políticas, también las independentistas, y nunca la suma de los votos a partidos independentistas ha superado el 50% del total de los votos emitidos.
Pero además, ¿porque estoy en contra de un Referéndum de independencia por definición?, pues porque esa vía no nos llevaría a solución alguna más que a generar más enfrentamiento y división social entre catalanes. Es evidente que existe un problema político y social de fondo sobre este asunto y que requiere solución, pero precisamente un referéndum no soluciona ese problema, porque le da la razón a una mitad y se la quita a la otra. Se enquista el problema y no se avanza, porque no es una solución para todos, sino sólo para una parte. Eso es lo que me ha llevado siempre a defender que la solución debe ser política y dialogada, buscando acuerdo y consenso amparado por la Constitución Española.
Por cierto, también es cierto que ese diálogo político en búsqueda de acuerdo y consenso hoy no es posible en Cataluña porque no hay interlocutores válidos en la Generalitat, y habrá que esperar a una nueva generación de líderes políticos catalanes, leales a la Constitución, que crean en el dialogo sincero y el respeto a la ley, que estén dispuestos a negociar para avanzar juntos pensando en el conjunto de la sociedad catalana, y no sólo en una parte.
Mientras tanto, y a la espera de que se produzca ese cambio, que tiene que ser democrático, asistiremos a un circo de gestos , equilibrios y malabarismos, protagonizados por los diferentes partidos de un movimiento independentista fragmentado y debilitado , a favor y en contra de «la Crida» , en una lucha feroz por el futuro liderazgo del soberanismo en Cataluña, basado en la falsa idea o ficción de que la República independiente es posible porque el «procés» sigue vivo y el referéndum sigue siendo la solución.
El fracaso está asegurado, en Cataluña, en el resto de España y en el conjunto de la Unión Europea donde ellos han depositado el mayor volumen de sus esperanzas futuras. Ese movimiento fracasó en octubre de 2017 y no se ha querido nunca reconocer públicamente, a pesar de que las evidencias así lo han certificado.
Ante esto y por el momento sólo cabe la estricta aplicación de la ley, con todas sus consecuencias, fortaleza para resistir los envites de la demagogia, el populismo y la incomprensión, y paciencia hasta que el sentido común se imponga de nuevo.

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